23 de enero de 2012

Blueberry: El hombre de la estrella de plata

Algunos, cuando oyen la palabra "maldición", piensan en esas casas habitadas por japonesas anémicas con las puntas del cabello descuidadas. Yo no. A mí me viene a la cabeza otra palabra: coleccionismo; y en particular, coleccionismo de cómics.

Cuando me leo el primer número de una serie de tebeos, sea buena o mala, me cuesta mucho no acabarla, con la consecuente pérdida de dinero y de espacio en casa. Por eso, desde hace tiempo, procuro limitarme a los tomos únicos, con un principio y un final.

Por suerte, con el Blueberry de Charlier y Giraud es diferente, porque, a pesar de ser una colección que lleva publicándose desde 1965, no tengo que pagar ni un céntimo por leerla ni reservarle una balda en la estantería. En este caso, es mi padre el que se compra los cómics y quien se ocupa de guardarlos.

La afición de mi padre por los cómics es extraña, porque no distinguiría un dibujo decente de un garabato pintado con el cimbrel ni aunque les pusieran etiquetas; pero, a su manera, es un lector selecto. Nada de mangas ni cómics de superhéroes. Él va a lo europeo y añejo: Tintín, El Capitán Trueno, Blake y Mortimer... y también Blueberry, que, aunque tarde, a mí también acabó enganchándome.

Después del ciclo de Las primeras guerras indias, la siguiente aventura del teniente Blueberry es El hombre de la estrella de plata, que, según he leído en Internet, es el único número autoconclusivo de la colección. Mi padre, en cambio, dice que no. ¿En quién debería confiar?, ¿en el pilar de mi educación y cultura, o en el tipo que pagaba mis facturas hasta que empecé a trabajar? No es fácil responder a esta pregunta, pero supongo que acabaré descubriéndolo por mí mismo.

Lo cierto es que, al ser un número único, la trama carece de la complejidad y, ¿por qué no decirlo? de la épica característica de las historietas que se desarrollan a lo largo de varios números. En cualquier caso, el cómic se disfruta igualmente y no vamos a ponernos picajosos por eso.

Veamos la sinopsis:

Jimmy McClure, el simpático borrachín amigo de Blueberry, entra en Silver Creek buscando un saloon donde refrescarse el gaznate y, para su sorpresa, encuentra las calles desiertas, como si fuera un pueblo fantasma. Pronto descubre que el lugar está dominado por los hermanos Bass y su cuadrilla de bandidos, que mantienen atemorizados a los habitantes del lugar a punta de revólver. El puesto de sheriff no tarda en quedar vacante, y McClure sugiere a Blueberry como sustituto. El teniente, que anhelaba una oportunidad de romper con la rutina militar de Fort Navajo, acepta el trabajo.

El Viejo Oeste, donde el alcoholismo era gracioso.

Lo primero que uno nota en este Blueberry es que su desparpajo y jactancia están más acentuados que en los cinco números anteriores, y esta evolución favorece enormemente al personaje. Por poner un ejemplo, el primer acto oficial que realiza una vez le han nombrado sheriff es entrar en el saloon donde se reúnen los delincuentes para tocarles las narices y, de paso, tomar un trago. Él solito, con dos cojones y un par de derringers en el pantalón. De no ser por la incesante verborrea, estaría a la altura del Hombre Sin Nombre.

También es interesante la presencia de Miss Marsh, una joven profesora que no teme empuñar el fusil para defenderse de los hermanos Bass y que, "naturalmente", se enamora de Blueberry. La introducción de un personaje femenino con cierto peso en la historieta es una novedad respecto de lo visto en Las primeras guerras indias, y por suerte la representación femenina no se queda en eso en los próximos números.

¿Mujeres con armas? ¿Dónde hay que firmar?

Como pequeña pega, el desenlace, aparte de predecible, puede parecer un poco abrupto, pero es todo lo que dan de sí 47 páginas y de alguna manera tenía que acabar el cómic. De todos modos, si estáis tan acostumbrados como yo a las pelis de chinos de los setenta, esas que te plantan el "The End" en el mismo instante en que palma el malo, a lo mejor ni os dais cuenta.

Por último, comentar que a medida que leía el cómic, me di cuenta de una cosa: tenía un agujero enorme en la entrepierna del pantalón. También pensé que la historia me sonaba mucho. Pero mucho, mucho. ¡Tate! El cómic se parecía un montón a Río Bravo, el western de Howard Hawks. Bastaba con cambiar a Blueberry por John Wayne, y a McClure por Dean Martin. ¿Homenaje o plagio? Que lo decida otro. Yo por hoy he terminado.

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